El proyecto Omnipresenz, radicado en Barcelona y en fase de crowdfunding, quiere llevar este concepto un paso más allá que el popular juego y ponerte en la piel de una persona de verdad, a la que poder manejar como si fuera un personaje.
El concepto es sencillo: un usuario entra en la página web de la compañía y elige la experiencia que quiere vivir. La web le conecta con una persona que será su avatar. Esa persona está en otra parte del mundo, viviendo sus experiencias cotidianas enganchado a una Go Pro y a un emisor que transmite todo lo que ve, hace y escucha.
A través de la interfaz de la web el “jugador” podrá ir dando instrucciones a su avatar, que se compromete a ir haciendo lo que le manden, siempre que no ponga en riesgo su seguridad y esté dentro de la ley.
La plataforma aspira sobre todo a generar una red de “buenas acciones”a través de las cuales jugador, avatar y entorno reciban impactos positivos y aprendan unos de otros. La meta final de Omnipresenz es, en palabras de sus creadores, permitir al usuario tener “una experiencia transformadora a la vez que marcar una diferencia significativa en la sociedad”.
Pero ¿hasta qué punto el proyecto puede llegar a satisfacer las expectativas de tan gran ambición?
Caridad y otros problemas
En la manera en que los creadores del invento se explican existe un conflicto de base: la idea que tienen de lo que significa el cambio social.Omnipresenz nace con la intención declarada de ser una herramienta para la caridad. Un ejemplo que proponen: el avatar se encuentra con un vagabundo y los usuarios pueden poner dinero, como en una especie decrowdfunding en directo, para que vaya a parar al indigente.
Aunque se les ve buena intención, los creadores del invento fallan en proponer otra forma de precipitar esas transformaciones sociales que no sea pagando. Y es razonable dudar de que se vaya a producir un verdadero cambio social porque unos cuantos usuarios se gasten unos pocos euros vía tarjeta de crédito. Sobre todo cuando se plantea esta donación como un juego inocuo, replicando esa idea de cambiar la sociedad con un botónque tanto gusta en ciertos sectores tecnológicos.
El modelo de intercambio que se propone marca cada acción cotidiana con un precio y sobre todo se parece demasiado al de la tradicional caridad vertical y superficial de aquellos con más recursos. Para una herramienta con tantas posibilidades, resulta un poco pobre. Si realmente se pretende marcar la diferencia, quizá sería más interesante potenciar un modelo más cooperativo, que obligue a las dos partes a una interacción más profunda con el entorno y que no implique necesariamente el uso de dinero.
El verdadero potencial transformador del invento estaría en esa experiencia:sumergirse de mi primera mano en el día a día de otras realidades, con otros colores, sonidos, lenguajes...y problemas. Una experiencia que podría amplificarse si, como se pretende, se llegara a desarrollar tecnología para que la plataforma funcione con Oculus Rift. La implicación de la iniciativa Smart Citizens en su creación, además, hace prever que a través de ella podremos estar al tanto en tiempo real de muchos datos útiles sobre el entorno, desde noticias de última hora a niveles de contaminación, de ruido, etc.
Si entrásemos en esa vivencia con cierto espíritu crítico y ganas de compartir algo más que experiencias monetizables y de aire “turístico”, Omnipresenz podría llegar a ser una herramienta muy potente. Una que nos permitiría saber qué, cuándo y dónde está pasando y cómo es realmente vivir en otro lugar, con sus luces y sus sombras.
Los primeros prototipos funcionales podrían estar paseando por Barcelona en febrero. A partir de ahí, cuando se compruebe la estabilidad del sistema, la idea es que haya avatares repartidos por todo el mundo. Veremos entonces en qué queda esta nueva vuelta de tuerca a la ideología de la Smart City.
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